Guillermo del Toro y su última obra ‘La cumbre escarlata’ (‘Crimson Peak’, 2015). Si bien uno es un director al que podemos calificar de genio, un fabulador extraordinario que conoce, al dedillo, los entresijos de la narración cinematográfica
Sin embargo con la presente, y a pesar de que referencias tiene prácticamente en cada plano, el director mexicano —al que le encantan las historias de fantasmas, puesto que parece creer en ellos— ha logrado fusionarlas con sus inquietudes personales, logrando un producto que tiene alma propia, por así decirlo.
Una clásica historia, llena de fantasmas, secretos, sangre y una casa fascinante, que casi parece otro personaje más, siguiendo la tradición de varios títulos conocidos, convertida en una maravillosa orgía fantasmagórica, con la que Del Toro realiza su mejor carta de amor al cine
“Los fantasmas son reales” es la frase con la que da comienzo ‘La cumbre escarlata’. Toda una declaración de intenciones por parte de Guillermo del Toro, que logra, de lejos, su mejor puesta en escena, demostrando una de las grandes verdades del arte, la forma es el fondo. Lo segundo no hay que buscarlo —en caso de que alguien cometa el error de separar ambos elementos, que es muy libre— en la historia de un matrimonio por interés, una hermana celosa, fantasmas que se aparecen a la protagonista o héroes descafeinados. Todo el interés del relato está en esa impresionante casa, que al igual que la residencia de los Usher, representa la decadencia de un tiempo y unos dueños anclados que luchan a su manera por un futuro.